(*) Laura Ludueña
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Hace 50 años, el 1 de mayo de 1974, Perón pronunció un discurso en el que plasmó su visión sobre lo que debía ser la conciencia nacional. En él, trazó un rumbo claro que los argentinos debíamos seguir para aspirar a un mundo mejor. Tal vez consciente de que su tiempo físico se agotaba y reflexionando sobre los acontecimientos recientes en el mundo, comprendió que era imprescindible brindar al país una doctrina clara para enfrentar el futuro. Por esta razón, los estudiosos consideran este discurso como su legado doctrinario, una suerte de testamento político que establece las pautas para el porvenir de nuestra Patria y nuestro pueblo. Hoy, cinco décadas después, la historia de nuestro país ha atravesado innumerables cambios. Tantos, que resulta imprescindible retomar y refrescar estas ideas que dejó nuestro líder. Solo así podremos comprender muchas de las situaciones actuales y anticiparnos a los riesgos que él, con su visión, supo señalar. En este sentido, compartiré algunas reflexiones personales, centrándome especialmente en lo que Perón consideraba fundamental para la cultura y la educación.
En principio, estaba convencido de la necesidad de construir una verdadera ética de responsabilidad social. Sin embargo, esto solo es posible en un marco de plena libertad y auténtica justicia social, condiciones que, lamentablemente, hoy no experimentamos plenamente. Pero ¿en qué se fundamenta esa justicia? Creía que radicaba en la solidaridad del Pueblo, asumida por todos los argentinos. Es decir, se basa en compartir tanto los beneficios como los sacrificios de manera equitativa. Deberíamos entender a la Nación como una unidad abierta, generosa y con un espíritu universalista, pero plenamente consciente de su propia identidad. En este contexto, para que el hombre argentino pueda desarrollarse de esta manera, el Estado tiene la obligación fundamental de implementar medidas firmes para proteger a la familia. Este mandato es ineludible bajo cualquier circunstancia. Ignorar esta responsabilidad implica sembrar, dentro de la comunidad, las semillas de su propia destrucción. No debemos olvidar que la familia es, en última instancia, el vínculo espiritual indispensable entre lo individual y lo comunitario.
Me pareció visionario que, hace cincuenta años, Perón destacara la importancia de la tecnología, advirtiendo que la dependencia tecnológica constituye, en cierta medida, una forma específica de dominación. Señalaba que, aunque sería muy difícil eliminar por completo la importación de tecnología, era imprescindible reducirla al máximo. Para lograrlo, el Estado debía asumir un rol activo y presente. Lamentablemente, hoy el panorama es desolador. El actual presidente parece estar destruyendo nuestro sistema tecnológico y científico. Basta con observar lo que sucede con instituciones clave como el CONICET, las universidades públicas, el INTA, el INTI, la Comisión Nacional de Energía Atómica, la producción pública de vacunas, y tantas otras entidades que Perón consideraba pilares fundamentales de nuestra fortaleza nacional. Nuestro líder veía en estas instituciones la base para el progreso y la independencia tecnológica. Por eso subrayaba la necesidad de contar con un poder nacional de decisión para guiar el desarrollo científico-tecnológico según los intereses del país. Lo que hoy presenciamos, desde esta perspectiva, no es más que un ataque directo a nuestra soberanía y, en última instancia, una traición a la Patria. Urge fomentar el esfuerzo creativo, en lugar de desfinanciar todo aquello que lo sustenta.
En el documento, también se aborda el ámbito ecológico, un tema que Perón señaló con gran claridad hace medio siglo. Advertía que la atmósfera, el suelo y el agua ya sufrían graves efectos degradantes, con consecuencias transmisibles tanto al hombre como a la fauna y la flora, mediante reacciones directas o indirectas. Las expresiones de esta degradación son múltiples, y su corrección debe abordarse considerando cada uno de los factores responsables. Lo esencial, según Perón, era que el hombre mismo se convirtiera en el primer defensor del medio ambiente, y que el Estado estableciera los medios adecuados para encontrar soluciones a estos problemas. El Instituto JDP ha trabajado mucho y muy bien esta temática, y resalto este punto para subrayar el valor y la visión de Perón. Él entendía que el mundo estaba en una extraordinaria evolución, especialmente en los ámbitos científico-tecnológico y filosófico, generando cambios trascendentales que muchas veces ocurrían en la vida de una sola generación. Reconocía la figura del intelectual, como un verdadero seguro contra la incertidumbre y la vacilación. Por ello, estaba convencido de la necesidad de apoyarlos y fomentar su labor.
Insisto en el valor que tenía para nuestro líder la presencia del ESTADO en múltiples ámbitos fundamentales: para las familias, para el desarrollo de la ciencia y la tecnología, para el apoyo a los intelectuales, y, por supuesto, para garantizar una EDUCACIÓN PÚBLICA de calidad. Desde esta mirada y en lo que hace a la educación primaria, enfatizaba la necesidad de erradicar el analfabetismo, especialmente en las provincias menos favorecidas del norte del país. Respecto a la educación secundaria, subrayaba que debía adaptarse a las necesidades del momento, cubrir las carencias de la primaria y responder a los requerimientos de la sociedad. Una de sus mayores contribuciones fue la creación de las Escuelas Técnicas, que se convirtieron en un pilar para el desarrollo de nuestra industria. Entre el gobierno de facto de 1943 y el primer gobierno peronista, se llevó a cabo un proceso de reordenamiento e institucionalización del sistema estatal de educación técnico-profesional. Este proceso comenzó en 1944 con la creación de la Dirección General de Enseñanza Técnica (DGET), marcando un antes y un después en la formación de técnicos e ingenieros en el país.
En cuanto a las universidades, revalorizó la educación pública. Un ejemplo emblemático de esta visión es la creación, en 1948, de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Esta institución, que se originó como continuación de la Universidad Obrera Nacional, es una universidad pública nacional con una organización federal única en el país. Su estructura académica está centrada prioritariamente en las ingenierías, consolidándola como un actor clave en la formación de profesionales técnicos y científicos para el desarrollo nacional.
Con esta visión, durante un gobierno peronista se crearon universidades en el conurbano bonaerense y en varias localidades del interior del país. Esto permitió que los estudiantes ya no tuvieran que trasladarse al centro de la capital federal para cursar sus estudios, ya que podían hacerlo en sus propias comunidades. Además, la selección de las carreras ofrecidas fue otro acierto de esta política, ya que se diseñaron en función de las necesidades específicas de cada región.
Un ejemplo destacado es la creación de la Universidad Nacional de Rafaela (UNRAF), la tercera universidad nacional establecida en la provincia de Santa Fe. En esta institución se ofrecen tecnicaturas, licenciaturas, ingenierías, ciclos de complementación curricular, diplomaturas, posgrados y una escuela de formación profesional, todas alineadas con las demandas y oportunidades de la región.
Podría decir mucho más sobre el Proyecto Nacional que diseñó nuestro líder, pero no quiero extenderme demasiado. Sí quisiera resaltar la diferencia fundamental entre nuestra visión del mundo y los valores que promovemos como justicialistas frente a los del gobierno actual. Estas diferencias nos imponen una obligación: trabajar incansablemente para volver al poder y concretar el legado de nuestro líder, guiando nuevamente a nuestra nación hacia el progreso, la justicia social y la igualdad de oportunidades.
(*) Prosecretaria Instituto JDP