(*) Por Daniel Di Giacinti
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1. La autocrítica.
Sería un error recomponer las fuerzas del Movimiento Nacional sin una previa autocrítica que explique el ascenso del monstruo.
Milei ganó las elecciones exponiendo una línea política de estudiantina universitaria. Sin embargo, acertó al desarrollarla desde afuera de un sistema político fosilizado y colonial. La casta política de la argentina fue impugnada en su conjunto incluyendo al peronismo partidocrático en sus dos vertientes: los conservadores y los progresistas.
Todo el peronismo fue impugnado. TODO. Digo esto, porque parece que nadie se hace cargo del muerto y ya empiezan las articulaciones de recomposición del poder para ponerse al frente de una resistencia social que lógicamente comenzará a crecer especulando en términos electoralistas y calculando con esa agenda.
Esto genera la tentación de agruparse a ver quién es el más “resistente” a la locura mileísta, pero esto seguirá sin resolver el problema principal que es explicar el porqué del fracaso político del gobierno de Alberto Fernández que permitió el desencadenamiento de un nuevo “que se vayan todos”.
Sin una alternativa nueva se corre el peligro de acentuar peligrosamente una grieta que atenta contra la única forma de reconstrucción de una nueva democracia que será recomponer el diálogo y la confianza entre los argentinos.
No se debe enfrentar a Milei desde el caduco sistema político liberal sino desde algo distinto, algo revolucionario que construya una nueva esperanza para nuestra comunidad. Si la resistencia es desarrollada desde la misma articulación política que nos llevó a la derrota, quizás pueda ser una alternativa ante una posible catástrofe, pero sin duda no resolverá el problema fundamental que es el desarrollo de un nuevo poder político que pueda sacar a la Argentina de su situación colonial.
Otro de los riesgos es que aflore rápidamente el divisionismo y la disociación ante la falta de un nuevo objetivo que ponga un punto de convergencia común a todas las fuerzas que componen nuestro movimiento.
Sólo el debate sobre el verdadero sentido revolucionario del peronismo puede lograr gestar un objetivo estratégico que ordene al conjunto. Profundizar sobre las características de la nueva democracia popular y social podrá ir conformando una nueva fuerza política que vaya circunscribiendo la locura oligárquica y corporativa.
Resistamos el avance de la antipatria ofreciendo una nueva democracia popular que permita la conformación de un Movimiento de Liberación que geste una nueva alternativa política para la Nación.
2. La Democracia Colonial.
El peronismo en su historia enfrentó distintas herramientas de dominación colonial, desde fraudes, democracias proscriptivas y dictaduras de todo tipo. Hoy enfrenta una nueva y sofisticada forma de presión imperial como son las democracias coloniales. Una forma de participación idealizada por las plutocracias que dominan el mundo como el mejor sistema político. Sin embargo, lo que ellos ocultan es que ninguno de los países desarrollados como EE. UU. e Inglaterra, por ejemplo, se consolidaron con un sistema como el hoy propuesto para los países subdesarrollados.
Un esquema donde los partidos políticos se presentan ante el electorado desde alternativas sustentadas desde sus distintas ideologías y compiten entre sí para llegar al gobierno, es en realidad una quimera de exportación para garantizar un enfrentamiento inoperante entre las fuerzas políticas que genera una grieta permanente que enfrenta a todos contra todos.
Lo que ocultan las naciones que hoy dominan al mundo es que ellos lograron la armonía social y política en base a procesos de unidad nacional que sintetizaron grandes principios comunes que unieron a todas las fuerzas políticas y que luego fueron compartidos con sus comunidades para lograr un espíritu nacional que sostuviera el proceso. Luego, los partidos políticos debatían sobre la mejor forma de mantener el modelo acordado. No era una disputa destructiva sino un diálogo constructivo.
El acuerdo sobre un objetivo estratégico cómo nación daba un punto de convergencia a todas las fuerzas, transformando la competencia destructiva de un electoralismo extremo, en una diversidad democrática en proceso de consolidación permanente.
Exportar el esquema idealizado de democracia que corresponde a la estabilidad final de su evolución institucional, ocultando el desarrollo completo del proceso, contiene la intencionalidad colonial de lograr una disociación y debilidad política en los países en vías de desarrollo.
Los procesos originales generaron en su marco histórico coyuntural, nuevos conceptos de soberanía popular. El sistema de representación actual corresponde a una realidad de dos siglos atrás donde se produjo el ascenso de las burguesías a la toma de decisiones políticas desplazando a las cortes de las monarquías absolutas. Hoy con un ciudadano con extraordinarias potencias culturales producto de la revolución tecnológica que vivimos, se debe construir un nuevo concepto de soberanía popular que incluya a todo el pueblo a la toma de decisiones abriendo la puerta a las modernas democracias autodeterminantes.
El Modelo Argentino de Juan Perón es una propuesta para construir esa nueva democracia popular, promoviendo un acuerdo fundacional entre todas las fuerzas políticas y sociales del país, sintetizando también los principios comunes que lo inspiran para poder ser compartido con el pueblo y lograr el desarrollo de un nuevo espíritu nacional que sostenga las nuevas formas de participación ciudadana.
Sólo con una moderna democracia social se puede lograr la recomposición de la confianza y el poder político que puede cimentar un desarrollo que saque a la argentina de su situación colonial.
Las fuerzas de la oligarquía aliadas con el imperialismo financiero que busca sojuzgarnos impulsarán la formalidad de las democracias coloniales acentuando el enfrentamiento electoral y cristalizando todo tipo de acuerdo nacional para mantener la desunión entre los argentinos. Quieren impedir el desarrollo de una cultura social que logre la maduración colectiva con el aumento solidario de la comunidad cómo única garantía de sostén. Esto permite un grado de infantilización ciudadana que es víctima de una manipulación informativa de los medios de comunicación masiva, que aliada al control de estructuras como la justicia promueven sofisticadas herramientas de control de la subjetividad comunitaria.
La recomposición del movimiento nacional se logrará impulsando la construcción de una nueva democracia uniendo a todos los que quieren una argentina justa, libre y soberana. Para ello se debe visibilizar esta nueva forma de dominación que son las democracias coloniales marcando las diferencias con una nueva democracia popular sostenida por la organización de la creatividad comunitaria.
Nuestra convocatoria no es la de organizarnos para lograr el voto ciudadano y ser gobierno en una democracia fosilizada, sino movilizar el compromiso de todos aquellos que quieran construir una nueva que nos libere del sojuzgamiento colonial.
3. Hacia una nueva soberanía popular.
Lograr el acuerdo fundacional para poner en marcha la nueva democracia comunitaria es el objetivo estratégico que puede reorganizar al Movimiento Nacional. Debemos comprender que una resistencia a la locura de Milei sin una alternativa superadora puede llevar a la Argentina a una peruanización de la política, siguiendo un camino de disolución similar al que se avizora en la mayoría de los progresismos latinoamericanos. Sólo la irrupción de una comunidad articulando con sus dirigentes e instituciones sociales y políticas una nueva relación representativa, puede romper la trampa de la fosilización institucional a la cual nos lleva el sistema liberal.
El “¡que se vayan todos!” estalló por segunda vez en nuestro país entronizando al monstruo. Ese rechazo a toda una forma de hacer política -que nos incluye- encontró cómo única alternativa a un personaje que tuvo la única virtud de impugnar a todo sistema político en su conjunto. Al igual que con Macri rápidamente el pueblo está comprendiendo el tamaño descomunal de la estafa que detrás de un discurso estrafalario, típico de una estudiantina delirante, lo que realmente oculta es la entrega del país a los apetitos corporativos oligárquicos nacionales y sus socios extranjeros.
Ante la irritación y resistencia que evidentemente surgirá, el peronismo tiene la oportunidad histórica de replantear su rumbo, aceptando su responsabilidad en la crisis al haber transformado al justicialismo en un partido liberal más y haberlo unido a las derruidas democracias demoliberales que están hundiéndose junto a un occidente sin destino.
Habíamos hablado de la necesidad de un acuerdo fundacional de las fuerzas políticas y sociales de todo el país para poner en marcha una democracia integrada que acote al electoralismo extremo que nos divide. Pero debemos entender que una nueva democracia debe ser congruente con las potencialidades culturales que hoy los pueblos tienen. La base del poder político sigue dependiendo de si el ciudadano se siente representado o no para poder conceder no solamente el voto, sino también su confianza que se verá reflejada en la unidad comunitaria y la armonía social. El fenómeno Milei demuestra una falta de representatividad de las actuales instituciones políticas que están en franca involución gestando un proceso revolucionario que empieza por el rechazo al sistema.
Para revertir el proceso involutivo institucional Juan Perón propuso incluir a nivel de la toma de las grandes decisiones nacionales al pueblo en su conjunto y a sus organizaciones sociales, en un compromiso activo y profundo que exceda largamente la responsabilidad del voto ciudadano. No se trataba de votar a alguien para que se haga cargo de los problemas de la nación, sino elegir la dirigencia que junto con la comunidad pueda encontrar la solución para los problemas.
Quería abrir ámbitos de participación comunitarias para acompañar la acción creativa del Poder ejecutivo y las fuerzas políticas en la creación de los planes de desarrollo que pueden poner en marcha una reconstrucción nacional.
En su última actualización doctrinaria, El Modelo Argentino explicaba que para lograr un puente entre esas dirigencias políticas y el pueblo además de los acuerdos estratégicos sobre un modelo de país debían acordarse los grandes principios motores que lo sostienen para dar comienzo a la dinámica autodeterminante. Los grandes principios del justicialismo son herramientas que se ofrecieron como una base conceptual y que pueden hoy permitir la puesta en marcha de la nueva creatividad comunitaria. Es decir, un proceso que aglutine al conjunto de los participantes que unidos conceptualmente van desarrollando una nueva identidad ideológica en permanente desarrollo. Para eso se necesita que las dirigencias humildemente se bajen de su protagonismo vanguardista y que se entreguen al proceso transparentando su sumisión a los principios comunes que los pueden unir al pueblo. La única forma de avanzar con las nuevas formas de participación democrática es que los dirigentes democraticen su forma de pensar. Solo el compromiso de adhesión a una doctrina común puede vencer el enfrentamiento electoralista de la grieta eterna que nos disocia y divide.
Es evidente en este segundo “¡que se vayan todos!” un rechazo a la actitud vanguardista de un peronismo liberalizado que intentó tapar sus limitaciones y graves problemas sociales con un discurso que se inflamó de consignas progresistas y que terminó transformando esa supuesta mística revolucionaria en el antiguo guitarreo radical. Debemos desarticular a las castas políticas que quieren imponer su visión cerrada para resolver los problemas del país a espaldas de la participación popular. Debemos romper con la imposición ideológica de todo tipo, progresista, marxista, liberal y ahora anarcocapitalista. La reacción que coronó al monstruo fue una reacción contra la imposición de las clases políticas en todo su espectro ideológico.
La convocatoria a construir la nueva democracia empieza por brindar las herramientas para una nueva forma de participación ciudadana. El peronismo debe terminar con la fórmula liberal del “votáme a mí que te voy a resolver los problemas”, mandando al pueblo a la tribuna e incentivando una actitud descomprometida.
Una convocatoria revolucionaria
Se necesita de una comunidad que se sienta con la fortaleza para lanzarse a la aventura de la nueva participación ciudadana y una clase dirigente que se ofrezca no como vanguardia sino como coordinadores o conductores de la acción común.
Para eso se debe primero terminar con el enfrentamiento ideológico que alimenta la grieta destructiva del electoralismo extremo acordando un Modelo de país que tenga la suficiente amplitud doctrinal como para cubrir el abanico ideológico de la mayoría de las fuerzas políticas argentinas, aislando a las fuerzas oligárquicas y entreguistas aliadas con los intereses extranjeros que quieren sojuzgarnos. De esa manera podremos transformar a una democracia colonial sumergida en un enfrentamiento destructivo en una democracia integrada que detrás de un modelo de país acordado previamente, dialogue sobre la mejor forma de lograr lo que todos queremos.
Articularse en términos de construcción de poder político para construir una nueva democracia permitirá además recuperar la mística revolucionaria del peronismo. En los inicios de la revolución Juan Perón convocó desde la Secretaría de Trabajo y Previsión a la construcción de una nueva democracia. No convocó a construir un partido para ganar las elecciones. Convocó a sus trabajadores a la construcción de una nueva argentina, y para demostrar el nivel de convicción de quienes se le acercaban les pedía una movilización activa. Esa mística y convicción fue lo que detonó el 17 de octubre y fue la base real del poder de Perón hasta su muerte. Con esa base de militancia comprometida se lanzó a la transformación profunda del país. Hoy debemos retomar esa convocatoria revolucionaria a construir una nueva democracia. Se trata de poner la política al servicio de la Nación y no la Nación al servicio de la política. El acuerdo fundacional de todas las fuerzas políticas y sociales sobre un modelo estratégico de país, inspirado en principios comunes que puedan ser compartidos con el pueblo, puede ser el punto de partida de una revolución que nos puede liberar.
4. La toma del Poder y la Visibilización del Enemigo.
Haber aceptado las formas de participación política de la democracia liberal nos ha desorganizado como movimiento revolucionario.
Hemos aceptado organizarnos como un partido político que lucha por el acceso al gobierno para desde allí imponer al pueblo una supuesta solución a los problemas del país. Lo que la argentina necesita es poner en marcha un proceso que anule esa lucha por el poder político como un botín y ponga a todos a trabajar por el bien del país incluyendo a la comunidad toda en el esfuerzo.
Esta grieta que divide a las fuerzas políticas argentinas y no incluye la participación popular en el debate es la clave de su colonización.
Si estamos de acuerdo en las nuevas formas de democracia que propone el peronismo debemos promover una nueva grieta, por un lado, quienes quieren esta nueva democracia que nos puede liberar y los que pretenden sostener una forma de participación que impide el ascenso de la comunidad a la toma de decisiones.
Por eso no se trata de organizarse como fuerza política para ganar las próximas elecciones, sino de organizarse para la toma del poder que debe desplazar a las fosilizadas estructuras de la democracia colonial. Poner en marcha al movimiento nacional significa ir articulando las fuerzas políticas y sociales que estén de acuerdo con la nueva democracia para ir debatiendo las características del nuevo acuerdo fundacional sobre un modelo del país que pueda incluir las aspiraciones y el compromiso activo del conjunto.
Debemos retomar ese camino. No nos sirve tratar de lograr el voto de una comunidad colonizada y manipulada, sino de recuperar la acción movilizada de todos aquellos que pretendan construir una nueva argentina.
La lucha partidaria
Para poner marcha la nueva democracia las fuerzas políticas deben lograr un acuerdo estratégico sobre un Modelo de país. Este modelo debe tener la amplitud suficiente para poder incorporar todas las identidades políticas que se planteen la nueva construcción democrática. Este acuerdo debe sintetizar además un basamento doctrinario claro que pueda ser transparentado al pueblo para permitir sumar a las instituciones sociales en función de conducción del proceso y a la comunidad toda a través de la planificación adecuada que permita la supervisión y el control.
Este proceso de unidad nacional permitirá romper la lógica de enfrentamiento permanente que divide al país en una lucha de partido contra partido, de una idea contra otra idea y que transfunde al resto de la comunidad en un espíritu de todos contra todos. La idea de lograr un acuerdo estratégico es transformar esa lucha destructiva en un diálogo donde todos podemos aportar algo para lograr ese objetivo preelaborado por el conjunto.
El acuerdo que plantea el peronismo supone para las fuerzas políticas una nueva dinámica que la aleja de la imposición ideológica. Debemos aceptar el fin de las ideologías como rectoras de la lucha para poner en marcha un proceso auto determinante donde la identidad será consecuencia de una acción creativa y en desarrollo permanente. Las fuerzas políticas deben sumarse a esa construcción enriqueciendo y profundizando el diálogo común aportando diversas miradas desde sus distintas posturas filosóficas.
Tal fue la última propuesta de Juan Perón en el Modelo Argentino. En su época su propuesta fue inédita y sin referencias en otras partes del mundo, pero hoy los países asiáticos basados en su doctrina neo confunciana emprenden desarrollos similares logrando armonías sociales claras que permiten desarrollos económicos que están dejando atrás a occidente. Una de las más recientes, la de Singapur puede ser una referencia clara para estos procesos “…Extraemos para ello párrafos del trabajo de Manuel de Jesús Rocha-Pino: “Los valores compartidos: una reinterpretación política del confucianismo en Singapur”. (1)
“…A partir de la década de los años ochenta del siglo pasado, el gobierno de Singapur comenzó a elaborar un proyecto de ideología nacional centrado en el rechazo a lo que oficialmente se identificó como “valores occidentales”. “… “La invención de esta ideología nacional aspiraba a constituir un conjunto de pautas de conducta en los ámbitos de la moral y la esfera cívica y el régimen de Singapur la identificó con el concepto de “valores asiáticos”.
“En 1988, el entonces Vice Primer Ministro de Singapur Goh Chok Tong (quien sucedería a Lee Kuan Yew en el cargo como Primer Ministro en 1990) sugirió que debían iniciarse los trabajos para desarrollar la ideología nacional alrededor de la cual se integrarían todos los habitantes del país sin importar etnia o credo. Después de un par de años de debates, en 1991 fue presentado el proyecto sobre la ideología nacional al Parlamento de Singapur para su aprobación: el proyecto oficial tenía el título de Valores Compartidos. El propósito del documento era “consolidar y desarrollar una identidad de Singapur” al adoptar en un proyecto de ideología nacional algunos elementos de la herencia cultural, las actitudes morales y los valores cívicos del país (Gobierno de Singapur 1991, p. 1). Este documento contiene los elementos que, de acuerdo con el discurso oficial, lo hacían compatible con el confucianismo (Kuo 1996, pp. 308-309). Una vez aprobado el proyecto constitucional, el gobierno de Singapur publicó el documento sobre Valores Compartidos resaltando los cinco principios que sustentarían la ideología nacional:
a) la nación debe estar por encima de la comunidad y la sociedad antes del individuo: poner los intereses de la sociedad por delante de lo individual;
b) la familia es la unidad básica de la sociedad;
c) buscar la solución de los problemas a través de consensos y no de imposiciones;
d) promover la armonía y la tolerancia entre las diferentes religiones y etnias;
e) respeto y apoyo de la comunidad al individuo…”
La forma de lograr la armonía social fue adoptar una identidad nacional sostenida sobre estos principios que eran comunes a todas las fuerzas políticas, y compartidos por la Comunidad. Esto desplazó la confrontación de fuerzas hacia una política constructiva que permitió un desarrollo sustentable y que hoy sigue en ascenso permanente.”
La lucha gremial
También las Organizaciones Libres del Pueblo deben participar por la lucha para la construcción de una nueva forma de representación ciudadana. Hoy las organizaciones sociales del país participan de la lucha política integrando las listas de las distintas fuerzas que electoralmente se enfrentan para lograr un puesto legislativo. Ese derecho absolutamente válido e históricamente promovido por el peronismo, no tiene un reflejo en la participación institucional de los distintos gremios que representan a las fuerzas sociales y culturales del país. No importa solamente la presencia personal de representantes obreros en la estructura legislativa, por ejemplo, sino la participación a nivel institucional de sus gremios en las áreas ejecutivas de la nueva democracia.
Esto fue lanzado por el gobierno de Alberto Fernández con la figura de los consejos socioeconómicos, pero quedo demostrado que ninguna de esas propuestas puede funcionar sino se desmantela primero la articulación electoralista de enfrentamiento permanente de las democracias liberales. Solo el acuerdo político sobre un modelo de país y un basamento de principios comunes puede poner en marcha la dinámica auto determinante que puede sostener las instituciones que, como los consejos socioeconómicos, se creen para aumentar la deliberación comunitaria. Se trata de desplazar el eje del poder político hoy puesto en la lucha electoralista hacia una nueva filosofía de la acción que haga descansar la potencia ejecutiva del país en la deliberación y la creatividad comunitaria. De la política electoralista se debe pasar a la política nacional.
La toma del poder y la visibilización del enemigo
Claro que para lograr este momento fundacional se deberá pasar por un proceso de toma del poder donde aflorarán con claridad los enemigos del pueblo que hoy están escondidos detrás de la pátina de la democracia colonial. Haber transformado al peronismo a un partido liberal provocó rebajar el sentido revolucionario de su propuesta mimetizándolo en una misma bandeja con los enemigos de la patria. Hoy la formalidad de esta democracia berreta pone en el mismo nivel a las fuerzas coloniales con las nacionales. Entonces hay que separar la paja del trigo. Una vez que el movimiento nacional se ponga en marcha para la construcción de esta nueva democracia argentina, los enemigos de la nación se harán visibles y surgirá la grieta correcta que hoy se encuentran invisibilizada: seremos patria o seremos colonia.
Estarán en contra sin dudas las fuerzas oligárquicas que explotan al pueblo, los que no creen en las virtudes éticas y morales de los argentinos y que pretenden mantener sus privilegios e intereses particulares.
Estarán en contra los que quieren imponer sus recetas preelaboradas desde distintas vertientes ideológicas: liberales, anarcocapitalistas, progresistas, marxistas dogmáticos y otras yerbas, que querrán mantener sus posturas vanguardistas o de casta política profesional para someter ideológicamente a nuestro pueblo.
Seremos atacados cómo siempre cómo demagógicos, corporativistas y populistas.
Sin embargo, recuperaremos la mística revolucionaria del peronismo y predicaremos en nuestro pueblo la esperanza de construir una nueva comunidad organizada, una nueva democracia que permita un reencuentro nacional para la reconstrucción de nuestra patria. Y con eso nos basta.
5. La organización espiritual del pueblo. La Justicia Social.
La organización de la democracia popular empieza por acordar los nuevos principios que sostendrán la creatividad comunitaria que llevará adelante el compromiso de construir una nueva argentina.
No se trata un debate entre ideologías que plantean distintas soluciones desde su diversidad filosófica, sino de ordenar espiritualmente la potencia ciudadana para que pueda analizar la situación y resolver los problemas para sostener un proceso de desarrollo que nos ayude a dejar atrás nuestra situación colonial.
Convencidos de que residen en nuestro pueblo la potencia moral y ética para la proeza de la reconstrucción de nuestra patria, queremos simplemente ordenar su capacidad creativa y el diálogo necesario. Se trata de organizar a una comunidad moderna con su enorme diversidad y de multiplicar las áreas de decisión a miles de instituciones sociales y políticas. Semejante marea de protagonistas debe tener una unidad conceptual para no caer en el asambleísmo o la disociación.
Sólo una unidad de criterios generales aceptados por el conjunto puede brindar un cauce a la realización común, con una dirección clara y una personalidad en maduración creciente, sin perder por ello la frescura del libre albedrío individual y social.
Juan Perón lo explicaba más o menos así: si juntamos a un grupo de personas que piensen lo que quieran se separarán rápidamente, pero si juntamos a personas que piensen de una misma manera no se separarán jamás. Pensar de una manera similar es posible cuando se parte de principios generales aceptados por el conjunto y que sirvan de cauce al diálogo. Es tener un lente común para apreciar la realidad y una tabla de valores preacordada para discernir lo bueno y lo malo. Ese era el propósito de la doctrina nacional del justicialismo sintetizada en sus tres banderas históricas de justicia social, independencia económica y soberanía política, publicada en el preámbulo de la constitución de 1949 y que hoy volvemos a ofrecer para intentar ordenar la capacidad auto determinante de nuestra democracia popular. Estas banderas no eran una elucubración intelectual, sino que sintetizaban los principios que habían motorizado las enormes transformaciones que la revolución había implementado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Consejo Nacional de Posguerra y el Primer Plan Quinquenal con más de 75.000 obras públicas. Tal experiencia demostraba cuales eran los ejes sobre los que se podrían trazar una política de descolonización.
El peronismo convocó y hoy sigue convocando a los argentinos que quieran crear y planificar el desarrollo de una nueva nación. Pueden hacer lo que quieran y lo que puedan, sólo se les pide que en el desarrollo de su acción constructiva nunca actúen en contra de nuestras tres banderas fundamentales. Ser justicialista no significa estar afiliado a un partido, ser justicialista es actuar respetando estos principios rectores.
La justicia social
La primera y fundamental bandera de nuestra nueva democracia popular es la de la justicia social. Bandera que ha sido tergiversada y mal interpretada inclusive dentro de los pensadores peronistas aplicándola exclusivamente a un concepto de recuperación de derechos para los trabajadores, resolviendo cuestiones de injusticia social en el orden de la redistribución de la riqueza y evitando la explotación inhumana. Algunos la presentan como una proyección o síntesis de las encíclicas papales y otros la asocian a los viejos pensadores forjistas.
Esta visión acotada de nuestra bandera fundamental genera también la reacción gorila que la considera una acción populista y demagógica. Ante los límites políticos del sistema democrático liberal en crisis que no puede generar la riqueza para sostener una vida digna para el pueblo, esta bandera se transforma en una imposición irresoluble gestando reacciones como la del nuevo Calígula de las pampas, que rebuzna a los cuatro vientos: “…el concepto de Justicia Social es aberrante, es robarle a alguien para darle a otro”. También Rosenkrantz, ministro de la Corte Suprema de Justicia, se brotó y sostuvo que “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad”. “Hay una afirmación que yo veo como un síntoma innegable de fe populista y en mi país se escucha con frecuencia, según la cual detrás de cada necesidad debe haber un derecho. Obviamente un mundo donde todas las necesidades son satisfechas es deseado por todos, pero no existe. Si existiera, no tendría ningún sentido la discusión política y moral” (Despreocúpese Rosenkrantz, la frase de Evita se refería a los mínimos derechos de la clase trabajadora a una vida digna, no a lo que usted especula horrorizado a que un trabajador tenga un Mercedes Benz o que pretenda vacacionar en Punta del Este, exclusividades que la gente de su casta con tal de lograrlas es capaz de las más grotescas formas de explotación humana).
Lo grave de estas disquisiciones es que niegan la posibilidad de una vida mínimamente digna a los humildes de la patria. Es parte de la inutilidad de estos dirigentes y este tipo de expresiones demuestran su impotencia para resolverlo y su reacción histérica que no se puede catalogar desde lo político, ya que es una mirada directamente anticristiana.
Perón cumple, Evita dignifica
Cuando estos gorilas baten el parche contra la justicia social se refieren concretamente a la recuperación humana que el peronismo logró al acceder a su primer gobierno. Una tarea que ejecutó Evita con su Fundación sobre los bolsones de pobreza que habían quedado de la década infame y a los cuales el estado no podía llegar a través de la recuperación económica. Este proceso de reparación de los sectores más marginados se realizó no solamente desde el punto de vista económico sino fundamentalmente espiritual y eso es lo que más les molestó. No importaba tanto la contención material que antes realizaba hipócritamente la caridad oligárquica, sino que esa recuperación se realizara como una acción de justicia, y que se reconociera a los descamisados cómo el nuevo eje moral y ético de la revolución naciente. Esta etapa que la revolución caracterizó como de dignificación social, era el primer paso para poner en marcha el verdadero proceso de la justicia social en la argentina. El proceso de autodeterminación política justicialista se basa en el aumento de las solidaridades crecientes y sólo puede ser realizado por un hombre mínimamente dignificado. Eso es lo que realizó el peronismo y el gorilaje no perdona. Ese primer tramo de dignificación humana era el comienzo del proceso que se vería concretado con la organización espiritual de toda la comunidad en una dinámica solidaria. La dignificación humana del peronismo era un acto de cristiandad mínima, una acción solidaria que lo hombres egoístas y sin corazón no pueden entender.
La bandera de la justicia social del peronismo está relacionada fundamentalmente a la construcción de un nuevo poder político ya que tiende a dar una respuesta congruente a las nuevas potencias culturales de los pueblos para gestar una nueva forma de representación ciudadana que devuelva la confianza de los ciudadanos con el estado y de los ciudadanos entre sí. Una argentina plena de justicia social es una argentina con un pueblo con una nueva representación política que permita profundizar la capacidad creativa de la comunidad y gestar la auto determinación popular como eje fundamental de una nueva democracia social.
La elevación de la cultura social
Nuestra bandera de la justicia social se divide en tres aspectos, la elevación de la cultura social del pueblo, la humanización del capital y la dignificación del trabajo.
La elevación de la cultura social del pueblo es un principio basado en un nuevo derecho humano que el peronismo quiere cumplir que es el derecho de los pueblos de construir su destino. El sentido de una nueva representación ciudadana es justamente devolver al sistema democrático la construcción de la confianza del ciudadano al sentirse representado en sus potencias actuales. Es justamente la bandera de la justicia social la que puede resolver los problemas del desarrollo económico ya que un pueblo dignamente representado recupera la confianza y articula poder real en los gobiernos, permitiendo la proyección estratégica de los planes de reconstrucción de la nación con su consecuente fortalecimiento económico. Sólo el aumento de la confianza ciudadana puede recuperar la economía del subdesarrollo actual. Es decir que sólo un pueblo pleno de justicia social puede ser un pueblo económicamente libre. Exactamente todo lo contrario a lo expresado por los libertarios gorilas.
La forma de crecimiento del poder político del peronismo se logra con el aumento de la cultura social de la comunidad permitiendo la participación popular en la construcción de los planes de desarrollo del país, gestando un debate y una toma de compromiso que provoca la maduración de los criterios de análisis y profundiza la percepción de la realidad de todos los sectores involucrados. El aumento de la cultura social necesita de ámbitos institucionales para desarrollarse ya que dentro de la democracia liberal éstos no existen. El peronismo logró poner en marcha ese proceso de maduración política con el despertar de la conciencia social de los trabajadores. El desarrollo de esta actitud solidaria indujo a la construcción del primer escalón institucional que significó la organización gremial de la comunidad. Estas organizaciones gremiales que antes eran consideradas ilegales fueron reconocidas por el justicialismo y esto permitió su crecimiento explosivo entre los trabajadores e incipiente en otras expresiones sociales como el empresariado nacional.
Sin embargo, las instituciones de la democracia liberal no tienen espacios de decisión ejecutiva comunitaria para que se desarrolle el siguiente escalón que es el desarrollo de la solidaridad nacional. Es decir, hay un proceso de maduración de la acción solidaria comunitaria que se expresa en necesidades organizativas que van gestando las nuevas instituciones. El peronismo despertó la conciencia social de los trabajadores que se agruparon para defenderse de la explotación capitalista. Pero esto no resolvía el problema de la dependencia que se expresaba con la ausencia de una fuerza nacional que sostuviera un proceso de desarrollo independiente. Se necesitaba un ámbito de debate donde participaran todos los gremios del país, trabajadores, empresarios, de la cultura etc. donde se pudieran crear los planes de desarrollo económico y social abandonando la filosofía liberal de la defensa de los intereses individuales y sectoriales. En el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal Perón convocó a las Organizaciones Libres del Pueblo a participar en la elaboración del plan e ir conformando ámbitos de discusión para definirlo y sostenerlo.
Sin embargo, cuando las instituciones gremiales fueron convocadas a los consejos, la mayoría de las dirigencias funcionaron a la defensiva con un criterio sectorial sin perspectiva estratégica. El congreso de la productividad de 1954 pude ser un ejemplo de esas limitaciones.
Los consejos socioeconómicos son una forma de imponer el interés de la nación sobre el conjunto de las fuerzas sociales, económicas y culturales que conforman una nación moderna. La maduración política se dará cuando la perspectiva de análisis de los intereses sectoriales se vea unido en términos estratégicos al destino de la nación. No se trata siempre de crecer en los derechos de cada sector sino a veces de ceder en favor de la Nación. Nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza.
La bandera de la justicia social del justicialismo aspira a la organización política de nuestra comunidad, fortaleciendo las instituciones que garanticen el desarrollo de la solidaridad social hasta alcanzar la solidaridad nacional sobre la cual se puede arribar a la unidad de todos los argentinos, objetivo último de nuestra revolución.
6. La organización espiritual del pueblo. La Independencia Económica.
La segunda bandera que el peronismo ofrece como parte de un basamento conceptual para poner en marcha la autodeterminación popular es la bandera de la independencia económica. Esta bandera en la actual coyuntura es muy atacada por los enemigos del peronismo que la atan una concepción de Estado interventor en contra de la libertad de los mercados y de la iniciativa privada.
Argentina debe resolver el problema de su subdesarrollo económico fortaleciendo su crecimiento industrial para ampliar su mercado interno y externo, capitalizarse y brindar trabajo a su comunidad. Estos procesos de expansión económica necesitan una etapa de intervención estatal para poder desarrollarse y alcanzar capacidad competitiva. Esta etapa de proteccionismo fue una etapa necesaria en la historia de todas las potencias del mundo. Cuando los enemigos del peronismo hablan en contra del estado interventor lo hacen ocultando que esta etapa de independencia económica es transitoria y necesaria para fortalecer el proceso industrial.
Uno de los más graves problemas del esquema político planteado por Milei es su cipayismo. Es decir, entiende que se puede lograr la recuperación económica del país siendo un satélite de las fuerzas que hoy controlan el mundo occidental.
Si observara la historia mundial especialmente el nacimiento de estas potencias que hoy dominan al mundo y de otras que han logrado romper el colonialismo y generar un desarrollo económico sustentable, podría observar una situación común a todos como fue la necesidad de cerrar sus mercados para lograr el desarrollo de sus respectivos países. Estos procesos de independencia económica le permitieron a EEUU (contra Inglaterra), Inglaterra (contra Flandes), Alemania y Japón poner en marcha procesos de industrialización que una vez alcanzada su potencialidad pudieron brindar bienestar a sus comunidades para abrirse luego al mundo y competir con calidad. (1)
La bandera de la independencia económica del peronismo tiende a esto, lograr un desarrollo industrial y comercial que permita brindar trabajo y bienestar a su comunidad. Como cualquier negocio u empresa para lograr su puesta en marcha hace falta una inversión inicial. Esto requiere de un esfuerzo suplementario que en política se traduce en lograr una fuerza que sustente ese costo. Ningún país del mundo logró pasar esta etapa sin una fuerte decisión política y de intervención estatal.
La crítica antiperonista no solamente oculta esto, sino que pretende demostrar que para el peronismo esa etapa es permanente, dibujando una democracia con un estado interventor tipo dictadura estalinista y en contra de la libre iniciativa privada. Nada más lejos de la realidad.
Patria o colonia
El cipayismo de Milei le impide ver las intencionalidades de sojuzgamiento político y económico de los países desarrollados para lograr colocar sus productos altamente sofisticados y mantener los elevados sueldos de los obreros de sus comunidades lanzadas a un consumo materialista extremo. Tampoco ve la necesidad de los países centrales de garantizar las materias básicas para su desarrollo industrial exterminadas las propias por esa producción descontrolada. Milei cree que los imperios alegremente permitirán el desarrollo independiente de la Argentina. En su mundo de ensueño, en su cielo, no entran las categorías del imperialismo con sus imposiciones ideológicas, económicas y financieras. Así le irá.
Cuando el peronismo llega al gobierno en la década de 1940 debe romper los lazos coloniales que la ataban a ser una economía al servicio de Inglaterra. Eso lleva a la nacionalización de las empresas fundamentales y también el control de su sistema bancario, todo en manos de Inglaterra y algunos de EEUU. A esto se sumó la incorporación al estado de las empresas alemanas luego de la finalización de la guerra.
Sin embargo, estos procesos que rompían los lazos coloniales no implicaban una mirada en contra del libre mercado y la iniciativa privada. Se trataba de romper con el manejo monopólico de los grupos económicos británicos que sojuzgaban al país políticamente. Porque no era un problema solamente económico era un problema político. El peronismo siempre alentó la iniciativa privada y demostró la intencionalidad de privatizar nuevamente esos conglomerados económicos en manos del estado.
“El Estado ha de estar para ayudar a las empresas privadas (…) la industria es una empresa privada, el Estado no tiene ningún interés y tan pronto las empresas estatales, actualmente tomadas en estado de antieconomía puedan ser devueltas a la actividad privada, el Estado tendrá un gran placer en desprenderse de todas esas empresas (…) Nosotros somos gobierno, no industriales.” (Juan Perón, citado en Rougier, 2012,P. 165)
Lamentablemente el país carecía de una clase empresarial preparada para las características fundacionales de esta etapa. Los empresarios argentinos nunca apoyaron el proceso de Independencia económica y se entregaron rápidamente a la oposición cuando en una absurda reacción motorizaron la defensa acérrima a la libre empresa y el estado no interventor, aunque afectara directamente sus propios intereses que crecían algunos de ellos en forma rauda debido a la expansión del mercado interno. Sólo una mirada nacional les hubiera permitido aceptar al proceso de la independencia económica como una etapa inicial que nada tenía que ver con una impugnación a la libre empresa, sino que justamente era una herramienta para que las empresas argentinas pudieran crecer y solidificarse hasta alcanzar la maduración competitiva que les permitiría pasar a una etapa de apertura para poder fortalecer el mercado interno y competir a nivel internacional especialmente en los mercados latinoamericanos.
Tampoco ayudaba la prédica de un nacionalismo fosilizado que acompañó los primeros años del justicialismo al afectar Perón los intereses de su máximo enemigo, Inglaterra.
Cuando comenzó el proceso de desnacionalización y de apertura a capitales extranjeros que sostuvieran el desarrollo económico independiente del país, se opusieron férreamente. La intencionalidad privatizadora de Perón se vería cuando en el año 54 privatiza algunos emprendimientos del Grupo Bemberg y los entrega a cooperativas. Tal el caso de un importante conglomerado agropecuario o la entrega de la cervecería a una cooperativa obrera del gremio de obreros cerveceros. También muchas empresa nacionalizadas gozaban de estructuras mixtas, es decir estatal, privada para que mantuvieran su competitividad y evitaran el aburguesamiento burocrático de un estado no profesionalizado.
El peronismo avanzó logrando una redistribución más justa llegando a nivelar los beneficios entre obreros y empresarios hasta el 50/50. Sin embargo el alto consumo estimulado en el Primer Plan Quinquenal necesitaba profundizarse y evolucionar positivamente generando más riqueza y eso exigía un compromiso de los sectores dirigenciales de la comunidad que estuvo ausente.
Los tiempos históricos de ese incipiente peronismo serían impactados por la aparición del hombre masa que exigiría el desarrollo de un nuevo concepto de soberanía política. La nueva democracia justicialista proponía que la comunidad participara más allá del voto y se comprometiera en la creación y el debate de los problemas del país. En ese sendero Perón exigía que los intereses sectoriales se pusieran en perspectiva con los intereses de la Nación. Se debía acotar un poco en las aspiraciones sectoriales coyunturales para ganar todos en la perspectiva estratégica nacional. Una cosa era defender los intereses de un gremio obrero y otra era defender los intereses de ese gremio en conjunto con los intereses de la nación.
Perón convocaría en el segundo plan quinquenal a su pueblo y a sus organizaciones libres para que tomen el compromiso junto al gobierno para lograr un crecimiento de la productividad del país. Lamentablemente este intento de gestar una solidaridad nacional fracasó ante la miopía de las dirigencias gremiales obreras y empresarias que se enfrascaban en una especie de paritaria ampliada. A eso se sumó la acción de los enemigos de la nación, y la incomprensión de los sectores que son la conducción natural de una comunidad, es decir la clase media. Estos sectores que son responsables del comercio, la industria y la cultura, al no entender el sentido revolucionario de la nueva democracia justicialista se entregaron a la acción colonial de la revolución fusiladora que los transformó en la base civil de un golpe que terminó con una experiencia extraordinaria que hubiera lanzado a la Argentina a la conducción de Hispanoamérica.
La “libertad” libertaria
Otro aspecto interesante de Milei es su concepto de “libertad” en contra de las imposiciones de la “casta”. En realidad el peronismo también intenta terminar con las imposiciones ideológicas de cualquier tipo, las liberales, las marxistas, las anarquistas, la demoprogresistas y ahora las libertarias. Curioso concepto de libertad de Milei que impone una verdad absoluta que proviene de sus ideólogos anarcocapitalistas. Se trata de una nueva vanguardia estalinista que a la usanza de los viejos dogmatismos marxistas, quiere imponer a sangre y fuego “su verdad” absoluta.
El peronismo propone en su nueva democracia un sendero distinto. La nueva democracia peronista no puede imponer un modelo económico. No debe haber imposiciones de ningún tipo. La comunidad debe organizarse para lograr su armonía social y luego comenzar a construir la riqueza que podrá engrandecer la Nación. De ese esfuerzo y compromiso compartido se irá construyendo un nuevo sistema económico que no sabemos qué forma final tendrá. Será la que el esfuerzo argentino decida. Será más que un sistema preelaborado la consecuencia del trabajo y el esfuerzo de las empresas y obreros argentinos.
No sabemos si será un sistema mixto, cooperativo, la socialización de los medios de producción o la economía mileísta. Será lo que el pueblo argentino decida.
Hacia una nueva democracia
El peronismo nunca estuvo en contra de la iniciativa privada. Pero el problema nunca fue el peronismo sino la clase empresaria que no estuvo (ni está hoy) a la altura de las circunstancias para lograr poner en marcha un proceso de desarrollo independiente brindando la armonía social necesaria para sostener cualquier democracia moderna. Ya no es posible poner en marcha un proceso de desarrollo económico explotando sin piedad al pueblo o someterlo a esfuerzos infrahumanos. Los pueblos hoy están esclarecidos y conscientes de su dignidad. La justicia social es un imperativo también de carácter económico.
No se puede resolver un problema económico sin resolver el problema social y ambos aspectos no tienen solución sin resolver el problema político que mantiene dividida a la comunidad argentina.
El país necesita de una clase dirigente a la altura de las circunstancias. Hace falta comprender que para poner en marcha el país hace falta un esfuerzo extraordinario y producir duramente para crear una riqueza que pueda distribuirse de una manera más justa.
Los argentinos deben dejar de ir detrás de los vendedores de sueños y utopías y recuperar una fe en ellos mismos. Sólo este nuevo humanismo en acción podrá recuperar la confianza perdida en el enfrentamiento fratricida del demoliberalismo que promueve una lucha de ideologías políticas contra ideologías políticas, de ciudadanos contra ciudadanos, de instituciones como lobos de otras instituciones.
El camino del diálogo constructivo propuesto por Juan Perón y hoy enarbolado por el Papa Francisco permitirá la recuperación de la confianza comunitaria y provocará la reactivación de nuestro desarrollo económico al poder ofrecer un sendero con perspectivas estratégicas ordenadas en el largo plazo.
Ese es el camino.
7. La organización espiritual del pueblo. La Soberanía Política.
La tercera bandera del justicialismo: la soberanía política, representa su principal fundamento político. Tiende a promover la construcción de una nueva institucionalidad democrática que respete la soberanía de los ciudadanos, la soberanía del pueblo y la soberanía de la nación.
La revolución justicialista trae aparejada la puesta en marcha de un nuevo concepto de soberanía política acompañando una evolución acelerada que está transformando raudamente las potencias culturales de las comunidades. Se trata de que el ciudadano se sienta “partícipe” en la creación de las acciones desarrolladas por los gobiernos y su clase política para poder ceder su confianza que es lo único que genera el poder real.
La soberanía política de las democracias liberales tardaron varios siglos en desplazar las antiguas instituciones que sostenían “el derecho divino de los reyes”. Es probable que no tardemos tanto en desarrollar los nuevos conceptos soberanos que irán construyendo las instituciones que desplazarán a la democracia liberal y que sostendrán a las modernas democracias autodeterminantes del futuro, pero sin duda no será un proceso fácil.
La historia del peronismo lo demuestra. Dos veces el Gral. Perón tomó el gobierno e intentó poner en marcha las instituciones políticas que permitirían a sus ciudadanos ejercitar un nuevo derecho humano que se sintetiza cómo “el derecho del hombre a crear su destino”. Ambos intentos fracasaron por el tiempo histórico que debieron transitar. Así como Juan Manuel de Rosas fracasaría por ser un hombre del siglo XX en el siglo XIX, Juan Perón fracasaría porque fué un hombre del siglo XXI en el siglo XX.
Sin embargo como buen patriota revolucionario que era lo intentó y con la compañía de su vanguardia descamisada escribiría una de las páginas anticolonialistas más memorables de nuestra historia. Para ello intentó revertir el electoralismo confrontativo de la democracia liberal que funciona como elemento de disociación política y social, que enfrenta Partido político contra Partido político en una lucha por el acceso al poder, al ciudadano contra el ciudadano detrás de un espíritu meritocrático y materialista y a las instituciones sociales y económicas entre sí defendiendo sus intereses sectoriales.
La nueva soberanía ciudadana
Para romper esta lógica confrontativa Juan Perón convocó a un acuerdo nacional para consensuar un modelo estratégico de país que abarcara a todas las identidades políticas partidarias. Pretendía de esa forma acotar el electoralismo liberal que inunda y enferma a toda la comunidad con ese espíritu de lucha por el poder para acceder al gobierno cómo única salida para resolver los problemas de la nación.
Convocó al ciudadano a participar más allá del voto movilizándose y tomando un compromiso solidario con la nación para lo cual abrió el poder ejecutivo dando lugar en esas áreas de decisiones fundamentales a todas las organizaciones políticas, sociales y económicas de la Nación a través de Consejos socio económicos.
Para unir este esfuerzo colectivo impidiendo la disociación de fuerzas, alentó a sintetizar los principios políticos, éticos y morales que inspiraban ese gran acuerdo nacional para poder ser compartidos con el pueblo y para que sirvan como una tabla de valores para el esfuerzo creativo de toda la comunidad. Sólo el acuerdo sobre un nuevo catecismo político popular podría armonizar el esfuerzo de la enorme diversidad de intereses sociales e individuales que componen una comunidad moderna en marcha.
Su aporte en ese sentido quedó sintetizado en las tres banderas históricas del justicialismo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Estos principios más allá de una identidad partidaria pretendían ser el basamento conceptual de la construcción de una nueva nación.
Persuadió además de la necesidad de la planificación de los compromisos asumidos por el conjunto de las fuerzas, para ser compartido con el pueblo y garantizar su seguimiento y control.
Todos estos esfuerzos pretendían el sendero de construcción de un nuevo concepto de soberanía política para que el ciudadano más allá de su voto personal y desde su inserción en la comunidad como obrero, empresario, estudiante, militar o sacerdote, pudiera sentirse construyendo día a día su nación.
Una nueva dirigencia
Además del gran acuerdo fundacional era necesario gestar un nuevo concepto de filosofía de la acción política que permitiera cambiar el rol de los dirigentes políticos para que abandonen el caudillismo de la imposición ideológica y el elitismo vanguardista transformándose en coordinadores o conductores de la nueva democracia argentina.
Perón quería terminar con la dirigencia política que solo pretendía la lucha por el poder y la imposición de sus ideas al conjunto del pueblo. Hoy el pueblo argentino ha rechazado por segunda vez ese estilo dirigencial de hacer política. La “casta” empieza a aparecer cuando pierde conexión con la comunidad que es lo único que le puede dar poder real para resolver los problemas de la Nación.
El sentido de lograr el acuerdo fundacional de los partidos políticos era terminar con la lucha para llegar al gobierno y desde allí imponer su visión al resto de la comunidad. El acuerdo permitiría transformar esa confrontación en un debate constructivo donde cada Partido podría aportar su visión para lograr el objetivo común. El voto ciudadano sería una elección sobre la mejor opción coyuntural para lograr lo deseado por el conjunto.
Para ello Juan Perón alentó a los partidos políticos a que abandonaran rígidas posturas ideológicas y las tradujeran en principios doctrinarios que pudieran enriquecer el proceso de construcción política nacional. Instrumentó también la conformación de un ámbito de participación partidaria a través de la conformación de un Consejo Político para asesorar la función ejecutiva de gobierno que se sumaba a la tradicional gestión y responsabilidad legislativa.
Un nuevo Estado
El peronismo siempre se opuso a la imposición ideológica desde un Estado opresor en manos de una casta política, y sintetizó su visión con el apotegma que rezaba: “debemos poner la política al servicio de la Nación y no la Nación al servicio de la política”. A diferencia de los anarcocapitalistas que lo solucionan reduciendo el Estado a su mínima expresión para entregar el país a los beneficios de las “fuerzas del mercado”, el peronismo propone la “privatización” del Estado para entregarlo a la fuerzas de la comunidad. El peronismo plantea la desaparición del Estado como botín de guerra de las fuerzas políticas partidarias acotando drásticamente la lucha electoralista y transformándola en una acción constructiva nacional.
El gran acuerdo nacional sobre un Modelo de país, y el consenso sobre sus principios comunes también permitiría la profesionalización del Estado, cortando las relaciones de sus cuadros de gestión con el electoralismo partidocrático y abriendo un sendero de construcción estratégica a largo plazo, con la consecuente maduración técnica de sus profesionales administrativos.
El peronismo divide al Estado en Gobierno y Estado propiamente dicho. En el gobierno se agrupan detrás de la figura presidencial elegida por el pueblo, los consejos socio-económicos que integran los gremios de trabajadores y empresarios y el consejo político que deberían integrar todas las fuerzas partidarias. Estos son los ámbitos de creación de los planes de desarrollo de la Nación que con la adecuada planificación se compartirán con el pueblo para su seguimiento y control. Luego, un Estado profesionalizado se encargará de la ejecución técnica de los objetivos trazados en las distintas áreas de gobierno.
La soberanía nacional
El sendero de integración nacional propuesto por el justicialismo comienza por la organización de la acción solidaria de la comunidad escalando en instituciones que den contención al desarrollo creativo de su participación social. Primero será la consolidación de la solidaridad social motorizando gremios de trabajadores, empresarios y comerciantes, para evolucionar luego hacia una solidaridad nacional que sostendrá a los consejos de gremios y fuerzas políticas que interactuarán con los gobiernos en su acción ejecutiva. Pero este proceso de crecimiento solidario no se detiene ahí. Esa maduración colectiva se proyectará hacia nuevos ámbitos en un proceso de integraciones mayores. Por eso el peronismo una vez resuelta la unidad nacional cómo resultado de la consolidación de una solidaridad nacional, promueve la unidad latinoamericana para consolidar una solidaridad continental como paso previo hacia la universalización final.
De esto depende la liberación del colonialismo, de que los pueblos encuentren despejado el camino a el aumento de su cultura social plasmado en nuevas instituciones políticas y sociales.
Estos procesos por supuesto encuentran la resistencia de los países desarrollados que para mantener su esquema de dominio económico actual promueven formas democráticas fosilizadas que impiden la maduración de la solidaridad social, estimulando la meritocracia egoísta. Estas formas democráticas del pasado son defendidas desde un discurso hegemónico que las presentan como la solución a todos los problemas del hombre, pero que en realidad garantizan un ciudadano infantilizado alimentado por una enorme industria del entretenimiento y la manipulación informativa para disociarlo de la realidad.
La verdadera batalla cultural es enfrentar y denunciar a estas democracias coloniales y construir las nuevas democracias que puedan romper estos diques de contención de las solidaridades comunitarias. El acceso al continentalismo como paso previo al universalismo sólo se logrará cuando los pueblos puedan romper la trampa de las democracias liberales que impiden su maduración colectiva.
Ya lo advertía el Juan Perón:
“…Estamos en la aurora de un nuevo renacimiento, pero seríamos muy ingenuos si confiáramos en que tal renacimiento resultará un producto espontáneo de la historia del mundo. Como participamos de una etapa en la cual las determinaciones políticas básicas se dan en el nivel de los pueblos organizados en Estados, la unión que conduzca al universalismo sólo puede provenir de los pueblos mismos antes que de decisiones arbitrarias. La experiencia histórica así lo enseña…” (1)
Hacia un nuevo mundo bipolar
Mucho se habla hoy de un mundo multipolar cómo consecuencia del ascenso de los países asiáticos que crecen en forma asombrosa en su desarrollo económico. Sin embargo si analizamos las características de los intereses políticos expresados en sus acciones en las relaciones internacionales, veremos que más allá de los matices, en realidad lo que existe es una bipolaridad entre un EEUU que junto con los países más desarrollados intentan mantener un modelo democrático hegemónico al servicio de sus planes de dominio mundial y por otro lado a los países del tercer mundo que resisten a ese intento planteando una alternativa superadora. Ya Juan Perón en el Modelo Argentino hace cinco décadas preanunciaba esta circunstancia cuando explicaba:
“…No cabe duda que el Tercer Mundo debería conformarse como una extensa y generosa comunidad organizada. El Modelo Argentino incorpora y sintetiza nuestra “Tercera Posición”, pero no puede dejar de reconocer que “Tercer Mundo” y ” Tercera Posición” no significan lo mismo.
La Tercera Posición es una concepción filosófica y política. No todos los países que integran el “Tercer Mundo” participan necesariamente de ella. Es prudente admitir, en consecuencia, que la fortaleza del Tercer Mundo ha de residir precisamente en la sólida configuración de un movimiento que respete la pluralidad ideológica, siempre que conserve el denominador común de la liberación.”
Para agregar:
“…Desde el punto de vista político, se trata de lograr un nivel aceptable de coincidencias entre todos los países que se hallan fuera de la franja industrial del hemisferio norte, con las inevitables excepciones. Estoy pensando en América Latina, África, Medio Oriente y Asia, sin distinciones ideológicas.” (2)
Estos conceptos hoy encuentran una coincidencia en las pautas que orientan la política exterior de la República Popular China. Así lo expresa Li Guoxing ex embajador de China en Argentina en su libro “La Política Exterior de China” :
“…el establecimiento sucesivo de los lazos de amistad, unidad y cooperación con los países del tercer mundo en vías de desarrollo, forma parte de los puntos elementales de la política exterior de China. Los países del tercer mundo siguen siendo una existencia real y representan la mayoría dentro de los países del mundo. Apoyamos firmemente a que los país en vías de desarrollo sigan el camino de la unión, el auto fortalecimiento y la cooperación Sur-Sur, y reclamamos modificar el irrazonable orden económico internacional a través de las negociaciones globales.
Sin luchar contra la política hegemonista, no se podrá lograr o mantener ni la paz mundial o regional, ni la seguridad nacional de cada país. El hegemonismo a que nos referimos no indica a ningún determinado país, sino a una conducta infractora a las normas mundialmente reconocidas en las relaciones internacionales. China no procura la hegemonía y apoya todas las justas luchas contra el hegemonismo y la política de fuerza.
China desea desarrollar relaciones con todos los países del mundo en base de los cinco principios de respeto mutuo a la soberanía estatal e integridad territorial, no agresión, no intervención en los asuntos internos de otros países, igualdad, beneficio recíproco y coexistencia pacífica. (3)
El camino de una nueva bipolaridad mundial está abierto y en crecimiento. Por un lado los intentos de dominación imperialista de Estados Unidos y la OTAN que desean consolidar su hegemonía mundial y por otro lado los pueblos del tercer mundo hoy liderados por los países asiáticos que luchan por su libertad.
Quizás la enorme responsabilidad del justicialismo, con hondas raíces culturales en el occidente cristiano, sea trazar un puente entre oriente y occidente en esta batalla final por la liberación de los pueblos.
(*) Presidente Fundación Villa Manuelita